28.4.16

Un buen lugar.



    Pon la cama bajo la ventana,
        la ventana frente al mar,
      el mar bajo una tormenta,
       una tormenta frente a tí
 y me quedaré aquí para siempre.

Cómo no querer volver.

   

        Ahora que lo pienso, recuerdo perfectamente la mejor época de mi vida. Correr a esconderme en los portales para asustar al personal, saltar en charcos marrones y madrugar los sábados para pillar los columpios del parque libres… Eso era vida de privilegiados.
       Llegar a casa del colegio, que mi madre tuviera preparada la tortilla más rica del mundo y consiguiera indigestarme a base de cosquillas, reservado para días especiales. En los superespeciales hacíamos guerras con pistolas de agua dentro de casa.
       Los que no podía creer que fueran reales, los de “frigopies” después de pasarme toda la tarde jugando con una pelota descolorida en el mar. Y los ya sublimes, insuperables, los de chocolate con churros al lado de la cocina de carbón y siesta con "Los Simpsons" de fondo.

Para leerme apaga la luz.

        Me escondo, desde hace un tiempo. Cuando no escribo en privado aún más. Pongo capas y capas para velar la escena. Que no se vea demasiado, no sea que alguien consiga entrar y profundice. Puede ser timidez, puede ser exceso de celo. Puede ser que me paraliza el miedo a ser descubierta.
        El miedo. Coprotagonista de mi película.  Me esfuerzo por entenderlo, pero no hay manera. Sobretodo cuando aparece sin esperarlo y me ahoga. A la mierda. No hay por qué tener respuestas para todo, ni siquiera para el miedo. Si pudiera vivir sin analizar cada segundo que experimento todo sería más sencillo. No tendría miedo a tener miedo, no habría razón para esconderse. Dejaría fluir cada pensamiento, todo el mundo entendería mi mensaje y sería libre.
        Libre para tener miedo o cualquier otro sentimiento, sin sufrir por tenerlo, sin preguntarme por qué lo tengo.
        Antes era así, despreocupada, sin laberintos. Ahora ya no. Me habré hecho mayor.

El subterfugio de la ficción o cómo sobreviví imaginando otras vidas.

 

       Hay algo en su cabeza que no funciona bien. No sabe lo que es, ni por qué le ocurre, pero no hay día en que no salga a relucir. A veces lo ignora, otras se aparta de la vida y no sale del papel.
      Me inquieta con preguntas que no puedo responder, y me pide que me haga cargo de sus cosas más importantes. No me gusta su dependencia. Tampoco me gusta su manera de mirarme, soberbia, como si yo fuera la parte que la afea.
      Poco a poco me va robando oxígeno, llegará el momento en que seré un apéndice seco dentro de ella, como un gemelo parásito, y tendrá pleno albedrío. No sé si lo temo o lo deseo. Me la imagino con la mirada en otra realidad, caminando errática y por supuesto, sola. Distanciada de cualquier miedo, dolor o placer que la vida quiera ofrecerle. Puedo entenderla. Es más sencillo quedarse en un espejismo, lo reconozco. Apretar los dientes hasta que se haga palpable y caiga sobre tu cabeza una felicidad insana, pero felicidad a fin de cuentas.
     Yo no quiero eso. Quiero el nudo en la garganta, quiero la vida que se pasa de real y te atosiga, quiero ver la mierda cuando la piso. No quiero existir en segundo plano aunque, más a menudo de lo recomendable, lo hago.

26.4.16

La teoría Pantone. Parte primera.


        “No pega”. La frase era simple y corta, pero viniendo de su boca podía joderte la tarde en segundo y medio si no eras capaz de contraatacar con algo convincente.

        -Es la intención. Está todo muy visto, ya nada sorprende- vamos, déjalo así-. Es justo lo que necesita esta casa, vibrar.

       -¿Vibrar? Joder, lo has conseguido, parece un puto vibrador . No me gusta. Arréglalo.

      Eso suponía un día sin salir del estudio, más otros dos para las devoluciones y colocar los nuevos muebles. Cabrón. Una vez resignado, lo mejor era empezar cuanto antes, así que me serví un café largo y volví a mi despacho a buscar los planos de la casa en el Mac. No sé quién había sido el gracioso, pero no estaban. Borrados. Cuatro nuevas carpetas en el escritorio era todo lo que se podía ver, o lo que no, porque las cuatro tenían contraseña de acceso. Golpeé la mesa y me desahogué a base de palabrotas hasta que me di cuenta de que ése no era mi portátil, el mío lo había dejado en el despacho de Braus. Miré por el cristal y allí estaba, en uno de los asientos junto a su mesa. Entré sin llamar, algo habitual cuando le interrumpía para escaquearnos, sin darle oportunidad de respuesta.

       -Tío estoy currando, no toques la vaina.

       -Vengo a por el portátil- me incliné hacia su cabeza y bajé la voz- Alguien se ha dejado el suyo en mi mesa.

       - Y a mí que coño me importa.

       Pues vale. Estaba claro que el cerdo al que llamábamos jefe se había despachado también con él. Volví a mi mesa y me puse a trabajar; pensé en darme una vuelta por la oficina en busca de su dueño, pero fue un pensamiento fugaz, tenía demasiado que hacer. Ya vendrían a por él.
       Cuando levanté los ojos del nuevo diseño era casi media noche. Eché una mirada rápida al Mac de las carpetas que seguía sobre mi escritorio. No había caído en el hecho de que alguien había estado aquí haciendo a saber qué. Revisé los cajones por si faltaba algo, pero qué iba a faltar… Solo guardaba rotuladores de colores, el estuche de rotrings, chicles, filtros de cigarrillos y algún preservativo. Por encima de la mesa tenía esparcidos los bocetos del proyecto actual y poco más, nada que valiera la pena robar o urgar. Empecé a plantearme la posibilidad de que el ordenador olvidado era para mí, aunque esa teoría resultaba aún más surrealista.

25.4.16

Ojos de gato.

     Creo que no podría describir nuestra relación ni en mil años de práctica. Ni dando mil vueltas en ese lenguaje invisible a los demás y hasta ridículo, que manejamos sin censura, podría hacer entender a los ajenos lo que cocinamos en intimidad.
     Lo siento cuando me hablas sin palabras y aún así el mensaje es directo, volvemos al principio, se desdibujan los límites que nos separan.
     Lo siento cuando suspiras mientras duermes, puedo ver el matiz hedonista y pienso que quizá por eso se nos da tan bien compartir el tiempo.
     Lo siento cuando me das ese momento de amor primitivo, cómo no imitarlo, jugar a ser solo espíritu.
     Lo siento cuando te veo inocente, todo lo perdonas, no hay maldad ni complicaciones en tu ser.
     No sé si éste es tu lugar, puede que no debas estar aquí y sea egoísta separarte de tu naturaleza. Un día compartiremos esa libertad y podré devolverte el favor. Mientras tanto, gracias.


La parte buena de esta noche.

     


             Las madrugadas que me fumo sin remordimientos acaban siempre en amaneceres de melocotones y pomelos maduros. Éste concretamente, va pintado de fresas con leche y olor a tierra mojada; no me preguntes por qué.
          Cuando despierte de nuevo, este momento se habrá secado y con él todos los fracasos que derramé sobre la noche. Aún puedo oírlos latir y sin embargo es como si ya hubiesen muerto, ya vuelve a quedar la página limpia ansiosa de acción.
           Podré escoger sonrisa, botas altas y algo para comer. Qué importa lo demás. Si hoy no se deja escribir, ya volveré otro día, y si hoy tampoco apareces con flores, mejor.



Mi momento favorito.

     




       Me gusta sentarme justo en el borde y quedarme allí casi sobre la nada, observando mil mundos flotar en la cortina de sol que entra por la ventana. Así, respirando despacito, puedo pensar el sinsentido que dibujo al otro lado de mis pestañas, sin que nadie interrumpa mi momento favorito.
     Aquí dentro, nadie me sujeta por el cuello obligándome a redireccionar. Aquí yo elijo la cadencia sin que puedas hacer nada. O sí, no lo sé. Lo que si es cierto, es que en esos momentos me siento acosada por seres que me cuentan su historia desordenada; dudo si todos ellos soy yo, y de ahí la obligación de darles huesos y entrañas, de aceptar indicaciones. Me da miedo morir si dejo perderse a alguno de esos hijos de puta sin haber contado sus mentiras.
     Me pregunto si no habrá, más cerca que lejos, otro pobre desgraciado perseguido por una historia que sea todas las mías, sin otra opción que perder su tiempo y su salud en descripciones que me den un instante más de vida.
     Si estás ahí, hay algo que haces mal. Mejor deja de escribir.


De cuando no quiero escribir.

       


    Por un momento siento la angustia en el pecho; luego la veo deshacerse en el ambiente con humo de tabaco y recupero un centímetro de pulmón. Y todo por temer quedarme a solas contigo. Llevo días no, semanas, evitándote. No preguntes, ambos sabemos lo que me ocurre y no quiero mentirte. Y eso que solo contigo puedo sentirme mejor pero, en estas noches que se desgranan casi interminables, prefiero rebozarme en nostalgias decadentes.  Supongo que hay ciertas cosas que nunca cambian, y si lo hacen, en algún momento flaquean las fuerzas y miran de reojo lo que fueron; son absorbidas por el agujero negro del pasado, que no parece cansarse de tragar ocasos, y cariños, y todo lo malo que una vez fue devastador pero ha dejado de quemar.
    No te lo tomes tan mal, sabes que para mí eres una estrella que nunca se pone, que siempre puedo mirar, que siempre está en su rincón de oscuridad. Hoy he vuelto, no hace falta que prometa volver a hacerlo, pero necesito que tú sigas en tu rincón. No huyas tú también. Sería gracioso buscarte un día, entre fibras y tinta de kiosko, y encontrar un “cerrado por defunción” o algo por el estilo, confieso que acabaría riendo. Después de tanto mezclar nervio y puro miedo al sentirte observando mi imposición de distancia, una desaparición inoportuna por tu parte sería irónica cuanto menos.
    Maldito cabrón, ahora me miras así y sé
que nunca te irás de aquí, serás mi estrella circumpolar.


No comparto. Parte segunda.




        El timbre resonó dentro de mi cráneo unos segundos y, sin darme tiempo a preparar una excusa en condiciones, la puerta se abrió delante de mí dejándome al descubierto.

    -¿Sí?- dijo poniéndose la mano en el pecho. Parecía que acabara de darse cuenta de su falta de ropa y tuviera la necesidad de disimularla.
    - Hola... Verás, vivo en el cuarto, y no tengo señal en la tele- revolví la lengua entre los dientes en un intento de hacer saliva-, si fueras tan amable de comprobar si la tuya funciona...
        Se quedó mirándome y me dio por pensar que mi mentira no había colado, sabía que le había escuchado matarla y tendría que hacer lo mismo conmigo.
       - Claro, pasa.
       Mierda, y ahora qué… Entré en el hall, estaba prácticamente vacío execepto por un perchero del que colgaba una cazadora de hombre.
      - ¿Hola?- dijo desde el salón.
      - Hola, digo sí, eh perdón...
       Hizo un gesto con la mano invitándome a pasar y se dio la vuelta sobre el sofá; supuse que buscaba el mando de la tele entre los cojines, pero al pasar la vista por la habitación lo vi sobre la mesa y se me cortó la respiración. ¿Qué coño buscaba, un mazo? ¿El cuchillo que escondió cuando llamé al timbre?
       -¿Buscas el mando?-dije con voz de matasuegras-, porque está en la mesa...
        Sonrió y se dio una palmada en la cabeza. Estaba justo delante de mí encendiendo la tele y pude ver que tenía la espalda mojada, y el pelo. Le olí disimuladamente, era sudor. Olía a sexo, a látex usado. De hecho todo el salón olía a lo mismo. Así que el asesinato había sido un polvo... Desde luego, si ahora la gente follaba así, me había quedado muy anticuada. Quizá la matara después... Pero cómo iba a saberlo. Empezaba a marearme, necesitaba volver a la seguridad de mi búnker...
        -¿Eh? ¿Me oyes?
        Me zarandeaba la muñeca intentando bajarme de donde quiera que estuviera colgada; pero ese contacto era lo que faltaba para sobrecargar mi sistema y tuve que salir corriendo hacia la puerta de entrada, que seguía abierta.
       Creo que me caí en los últimos escalones a mi rellano, no lo recuerdo bien. Con dos diazepanes y otros tantos vodkas como para recordarlo.

No comparto. Parte primera.


      Tintineo de llaves al otro lado de la puerta y, un instante después, escándalo de tacones y bolsas de supermercado por toda la casa. Me levanté de la cama con el pulso taquicárdico y di varias vueltas sobre mí misma, con la botella de vodka en la mano buscándole un escondite seguro.
        -Cualquier día te traga…
        -Si tuviera la intención ya lo hubiera hecho- dije frotándome los ojos.
        -Por lo menos podías cambiar las sábanas.
     
         Salí a la terraza envuelta en el nórdico y encendí un pitillo. Solo venía un par de veces por semana, pero su discurso era insoportable, siempre la misma mierda. Terminó de colocar las latas de comida precocinada y se largó sin más, así era mi madre, dispuesta a escucharme y darme cariño en todo momento.
       Me puse a pintarme las uñas, entretenimiento simple mejor que reprochar al aire lo que me quedaba con ganas de escupirle a ella. El día se presentaba interesante, basta que no puedas usar las manos para que necesites mear. Como pude me puse a ello y no hubo desgracias, pero en este caso (entre otros muchos) subirse las bragas era más complicado de lo que parecía. Me quedé sentada con la cabeza sobre el lavabo escuchando la nada que se colaba por el conducto de ventilación. La nada eran los vecinos discutiendo a gritos. No era capaz de entender lo que decían, pero intuí que el de la cagada era él. Ella gritaba unos segundos, él parecía pedir perdón, silencio, de nuevo ella chillaba y así hasta que pude vestirme y salir del baño. Por el pasillo los sonidos vibraban con más nitidez; la escena empezaba a irritarme cuando todo se calló con un golpe. No le di importancia, pero a falta de algo interesante en que ocuparse, mi imaginación tejía teorías a cuál más sangrienta. De vez en cuando salía al pasillo por si se escuchaba algo, pero nada. Me puse unas nike que había abandonado hacía tiempo debajo del sofá y abrí la puerta de entrada, dejando pasar un poco de aire fresco que agradecí.
        Se acumulaban las tensiones en ese punto de la casa y podía sentirlo. Un pie, otro pie, y ya estaba fuera del búnker. Apretaba el manojo de llaves concentrándome en ese dolor, si aguantaba unos minutos podría subir las escaleras y comprobar que todo eran imaginaciones mías. Era lo más difícil que me había exigido en los últimos meses, ya ni siquiera pensaba en salir a la calle como la gente normal, pero esto era importante, joder que si lo era...